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"No tenía idea lo que era un jockey"
Entrevista a Jorge Valdivieso
Quien no haya tenido la suerte de cruzarse en el hipódromo con Jorge Valdivieso y charlar aunque sea un minuto con él, es difícil que pueda comprender plenamente qué significa la expresión «la humildad de los grandes». Es algo que irradia este hombre de 1.65 m. de altura, que supo ganarse el título indiscutido del mejor jockey argentino de todos los tiempos, el Maradona del turf nacional.
Con casi 5000 carreras ganadas dirá que cuando obtuvo la victoria de la número 4000 «vinieron todos los periodistas y yo ni sabía qué pasaba, ellos me avisaron, yo no me había dado cuenta, los números no son tan importantes…» y que cuando el triunfo le llegaba, que pasaba seguido, «fotos, reportaje, al otro día en el diario, tele, pero ¿sabés cuánta gente estuvo atrás del caballo para que llegara a correr y ganar la carrera? A mí me tocaba salir, pero es como decía Fangio que los que ganaban eran los mecánicos porque estuvieron toda la noche trabajando». Y uno le cree sin más, porque su humildad se puede sentir auténtica.
Y ahí es cuando surge admiración por este mendocino de Bowen, un pueblito a 400 kilómetros al sur de la ciudad de Mendoza, donde vivía con su familia y trabajaba la tierra a sus 12 años: «andaba en un caballo con el que araba, andaba en el sulky, tiraba la rastra que cargaba con cajones de uva y el caballo los sacaba afuera para que el camión lo llevara a la bodega, todo trabajo de chacra y de campo», dice el ex jinete.
Pero la vida no era fácil para la familia, entonces «un día estábamos todos sentaditos en la mesa y mi mamá nos habló y nos preguntó si queríamos venir a Buenos Aires porque allá no había mucho futuro, no había nada, y dijimos: «si vos arrancás y querés, intentamos». Y así fue…Empezamos a juntar plata en las cosechas donde uno puede hacer una platita, cosechando uva, durazno, ciruela, todas esas cosas de temporada de la cosecha. Y así juntamos la plata para estar 3 meses acá, en una casita que habíamos alquilado en Libertad, Merlo. Y así vinimos, fuimos al pueblo, nos metimos en un camión que no estaba completo, como los animalitos, viste? y veníamos ahí tapaditos con la fruta, los duraznos».
Mil doscientos kilómetros después, llegaron a la casita que habían alquilado en Libertad, Merlo. Y un día ahí mismo, su cuñado, al que le gustaban las carreras, le dijo:
-¿Sabés andar a caballo vos? Porque vos tenés lindo físico para ser jockey
-¿Qué es un jockey?
«No tenía idea lo que era un jockey. Y le dije que sí sabía andar. ¡Qué iba a saber andar a caballo! ¿Sabés cuándo agarré uno de carrera? ¡Ay Dios mío! Me asusto ahora», recuerda Valdi y también dirá que esa primera vez sobre el lomo de un pura sangre creyó que a esa velocidad el animal no iba a poder doblar en el codo, así que se agarró como pudo y el caballo dobló solito, en realidad ella (era una yegua), y se llamaba Laly.
Y así empezó sin saber, como todos. Y después brilló, como ninguno: ganó casi 5000 carreras, una en Brasil y tres en EE UU, entre ellas un Gran Premio Jockey Club, dos GP Carlos Pellegrini, cinco GP Nacional, tres GP Polla de Potrancas, dos GP Polla de Potrillos, dos GP Latinoamericano, dos GP Dardo Rocha, cinco GP de Honor, dos GP Rep. Arg., consiguió la Triple Corona con Refinado Tom en 1996, hazaña que aún nadie volvió a repetir, fue primero en ocho estadísticas en el Hipódromo de San Isidro y en seis en el Hipódromo de Palermo, recibió el premio Olimpia de Plata en seis ocasiones, el Jorge Newbery de Oro en 2005, mismo año en que fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Bs. As., entre muchas otras distinciones y victorias hípicas que consiguió a lo largo de 33 años de profesión.
Se acercó a los pura sangre trabajando como peón en Palermo, el problema fue que no le pagaban: «Viajaba desde Libertad a Palermo como podía, me colaba en el tren. Yo era muy tímido y un día me animé y le pedí al patrón si podía pagarme. Me dijo que no, porque yo estaba ahí para aprender. Pero estaba aprendiendo como peón, no como jockey. ¿Sabés cuánto cobraba? $30 que era un plus que daba el Jockey Club. Después trabajé para otro y ese sí me pagaba el sueldo completo, me sentía millonario». Por entonces también asistía a la escuela de jockeys del Hipódromo de San Isidro, pero después de mucho tiempo, seguía sin poder montar: «En la escuela había tres profesores y el que yo tenía nunca me hacía montar. Le decía a todos menos a mí. Me daba vergüenza hablarle, hasta que le pregunté porqué no montaba: -«Usted va a ser alto, pesado y no va a poder correr. No venga más que no va a correr». Hasta que el día del exámen final este profesor se enfermó, no sé qué le pasó y faltó. Era una prueba de largada en las gateras y la tomaba Irineo Leguizamo, yo creía que tampoco me iba a llamar para montar pero dijo «Valdivieso» y me aprobó y así fui jockey aprendiz. Yo no soy de tomar revancha ni guardar rencor a nadie, pero muchos años después cuando tuve la suerte de ganar carreras venía ese profesor a saludarme contento y me decía: «-¡Yo siempre dije que usted iba a ser buen jockey!».
Aún hoy nadie pudo igualar su hazaña de obtener la Triple Corona, es decir, ganar el GP Polla de Potrillos, el GP Nacional y el GP Jockey Club con un mismo caballo. Él lo hizo con el caballo Refinado Tom en el año 1996. Otro hito en su carrera fue haber ganado en EE UU, el país número uno del turf.
Un día Diego Maradona compró un caballo y lo fueron a buscar: «El primer caballo que compró Maradona se lo corrí yo, se llamaba Midri y ganó. Me fueron a buscar, en ese momento yo estaba ganando estadísticas, no quiere decir que fuera mejor que otro, sino que buscan al que más gana, es la suerte del ganador. Y bueno, me buscaron y tuve la suerte de ganar y así empezó una buena relación con Diego».
Relación que también fue una sociedad: «Tuve una parte de un caballo con Maradona, uno bastante bueno, ganó cuatro, después lo vendimos. Así que Diego no se puede quejar conmigo porque lo vendimos bien. Ese caballo nos lo regaló Juan Carlos Bagó a mí y a Diego, éramos tres: Bagó, Diego y yo. Fue una cosa de Bagó que le pasó por la cabeza regalarnos un caballo. Y un día le gané yo al caballo mío. Yo corría un caballo de La Biznaga y en la misma carrera corría mi caballo. Y yo le gané al caballo mío. La gente decía -«¡Mirá Valdivieso ganó y encima le ganó al caballo de él!». Yo corro y si gano mejor, mirá si voy a estar pensando en mi caballo. Para mí no era algo distinto, era algo normal. Yo estaba haciendo mi trabajo y lo tengo que hacer rendir lo mejor posible a mi caballo y cumplir con la caballeriza que me apoya».
No tuvo ningún problema en correr contra su propio caballo, pero para la caballeriza era diferente: «Yo tuve la suerte que uno de los primeros jockeys en ser contratados fui yo. Cuando tenés un contrato, mientras haya un caballo de tu caballeriza lo tenés que correr vos. Cuando yo no podía correr un caballo de mi caballeriza, por el peso que era muy liviano o cosas así, yo no corría en contra del caballo de mi caballeriza, yo respetaba la caballeriza, no corría en contra. Si no había caballos, por ejemplo, de La Biznaga, entonces yo podía correr el caballo que quisiera».
Pero el éxito, dice, fue gracias a la ayuda de muchas personas que fue conociendo a lo largo de su carrera: «Soy un agradecido a toda a esa gente que me ayudó a ser mejor profesional aunque yo me equivocara. Fuí un privilegiado por conocer a toda esa gente, como Eduardo Arias que vivía cerca de mi casa, en Libertad, en la quinta La Gringa, donde empecé a conocer los caballos de carrera mucho antes de conocer el hipódromo, Manolo Menéndez que me consiguió el primer caballo como peón, Juan Garat que es uno de los hombres que más sabe del caballo de carrera y fue con quien empecé a correr sus caballos y me contactó con el Comalal, después vino el Santa María de Araras, La Biznaga, tuve mucha suerte en conocer a tanta gente buena. Y mis colegas, que a pesar de que todos queremos ganar hay un compañerismo muy lindo en una carrera. Muchos de nosotros hemos perdido carreras muy importantes por cuidar al compañero».
Se retiró en Diciembre de 2007 a los 50 años. Quiso que su última competencia fuera un GP Carlos Pellegrini. Salió segundo.
Enseguida se puso a cuidar, entrenar caballos y al principio hasta podía darse el gusto de montarlos durante el entrenamiento a la mañana, pero a medida que iba teniendo más, ya no pudo seguir: «Después de que empecé a cuidar, los primeros tiempos a algunos caballos los vareaba. Después me llené de caballos y ya no pude. Además cambia el estado físico. Un jockey cuando está corriendo está en muy buen estado físico, debe ser como un boxeador cuando pelea. Lo que tiene el jockey es que tiene más ventaja porque corre y monta todos los días y tiene que dar el peso.»
Le fue muy bien como entrenador, pero decidió no continuar porque «no podía cuidar como se debía cuidar, es decir, te tenés que fijar en lo que gastás y no en el caballo y eso no es cuida. Si vos tenés caballos, todo lo que necesite lo tiene que tener, sino no. El caballo es un atleta, no le puede faltar nada».
Actualmente es comisario deportivo en el Hipódromo de San Isidro, es uno de los jueces que están en lo alto de la torre ubicada en la línea de llegada y su función es observar el desarrollo de las carreras y supervisar el cumplimiento del reglamento por parte de los jockeys. Pero en estos tiempos de pandemia y debido al protocolo sanitario tiene que hacer su trabajo desde su casa.
Justo ahí donde vive, en Martínez, a pocas cuadras del Hipódromo, más precisamente en una pared de su living, tiene una repisa con trofeos, pocos, muy pocos en proporción a la cantidad que ganó y aunque lucen impecables explica que «lo que pasa es que las copas son muy lindas, pero hay que limpiarlas y con esto de la pandemia la señora que me ayuda en casa no puede venir».
Es cierto, el metal de a poco se va volviendo opaco y hay que lustrarlo, pero Valdi también ganó un premio que no se desluce con el paso del tiempo, al contrario, brilla cada día más y es el cariño de la gente, sin duda la copa más importante de todas.
Y esa no la gana cualquiera.
Fotografías: Silvana Boemo