cultura
La historia del turf en primera persona
Entrevista a Roy Hora, historiador, investigador del Conicet y autor del libro "Historia del turf argentino". Una síntesis de la actividad hípica desde sus orígenes hasta la actualidad que revela influencias políticas, sociales y culturales.
Desde su nacimiento hacia fines del siglo diecinueve -más precisamente en 1876-, la industria-espectáculo del turf fue evolucionando al ritmo de las transformaciones sociales, no tanto a los vaivenes políticos o los posicionamientos ideológicos dominantes que se sucedieron al cabo de un siglo y medio.
Si hay alguien que conoce al detalle esta metamorfosis es Roy Hora, Licenciado en Historia (UBA), Doctor en Historia Moderna (Universidad de Oxford) y autor de Historia del Turf Argentino, entre muchas otras obras.
Aquí cuenta algunas claves que marcan los 145 años de historia del deporte que, nacido de la élite criolla y anglosajona, se convirtió en popular y masivo.
El nacimiento del turf
-¿Cómo explicarías el nacimiento del turf no tanto como deporte sino como representación de un sector social, incluso como proyecto nacional?
-El turf nació a fines del siglo XIX como un proyecto elitista dirigido a realzar la visibilidad y el prestigio de la clase alta.
Esa era la idea de Carlos Pellegrini, que fundó el Jockey Club en 1882. Quitarle le marca plebeya a los deportes ecuestres, desterrar las cuadreras y poner a las elites en el centro de un espectáculo hípico más refinado, más civilizado: este era su proyecto para el turf. Su aspiración era ver a todo el pueblo, en Palermo, mirando el espectáculo que daban los ricos y los caballos de los ricos. Un turf pensado para el lucimiento de los poderosos. Recordemos que entonces los jockeys estaban invisibilizados, no contaban. Ese proyecto funcionó bien hasta pasado el Centenario.
-¿Qué pasó a partir de 1910?
-Desde entonces, el hipódromo elitista comenzó a ser cuestionado, impugnado, como parte de un proceso más general de democratización de la sociedad argentina. Si hay que buscar un nombre que simbolice este cambio, el primero que viene a la mente es Leguisamo, ese jockey genial. Leguisamo no era para nada un revolucionario social, pero su propia presencia en la pista, la devoción de que era objeto, el hecho de que todas las miradas se concentraran sobre su figura, devaluó el prestigio del Jockey Club y de los grandes turfmen.
Todo esto fue parte del fenómeno más general de democratización de la sociedad argentina, que poco a poco dejó de mirar hacia arriba y comenzó a mirar a los héroes populares salidos de abajo. Fue un mensaje poderoso, con implicancias más alla de los muros del hipódromo: en el turf ya no reinan los señores del Jockey Club, los Anchorena, los Atucha, los Unzué. También vale, y mucho, un morocho analfabeto.
La llegada del peronismo
-¿Cómo impactó la llegada del peronismo en la actividad y en el espectáculo del turf?
-El caso de la relación entre peronismo y turf es interesante. El turf era un emblema del poder elitista, y el peronismo era un crítico abierto de ese grupo social. Dos mundos en tensión, un conflicto latente. A Perón no le gustaba nada lo que significaba el hipódromo, pero tampoco podía cambiarlo demasiado.
¿Por qué tenía las manos atadas? Porque el turf era muy popular y el peronismo era populista. Para Perón, lo primero era el bienestar popular. A las mayorías les gustaba el hipódromo y no querían cambiarlo. Y el hipódromo no podía funcionar sin la colaboración del Jockey Club.
Así que Perón tuvo que negociar, tuvo que acomodarse. Y así se aguantó casi diez años sin hacer casi nada en el hipódromo. Y así hubiera seguido de no haber sido por los grandes conflictos políticos desatados en 1953.
Ese año, en que la tensión política creció mucho, Perón decidió jugar fuerte. Matones oficialistas incendiaron la sede del Jockey Club y luego el gobierno le sacó Palermo y San Isidro.
Los hipódromos fueron estatizados pero el gobierno no podía reemplazar a la elite del turf, a los dueños de los caballos. Tampoco había un clamor popular para erradicar a la elite del turf, todo lo contrario. Así que, en el fondo, mucho no pudo hacer: al día siguiente de la estatización, el hipódromo abrió sus puertas con los mismos protagonistas y todo siguió más o menos igual que antes. Lo único que cambió fueron los nombres de las autoridades del turf y los integrantes de la Comisión de Carreras.
Las ideologías
-La izquierda y la derecha condenaban al turf. ¿Cuál es la explicación de esa paradójica coincidencia y cuáles eran los argumentos?
-La izquierda siempre combatió el turf. Lo veía, para decirlo con la frase de Marx, como el opio de los pueblos. Como un espectáculo condenable, en el que las clases populares se rendían ante los ricos y a los caballos de los ricos.
Peor todavía, porque esos trabajadores burreros eran los que, con lo que dejaban en la ventanilla de apuestas, engrosaban las arcas del Jockey Club.
Esto significa que un socialista o un comunista que tuviera gusto por las carreras tenía que ir a Palermo a las escondidas.
Para los que estaban del otro lado de la trinchera ideológica, en cambio, el problema no era tan drástico.
A la Iglesia y a algunos conservadores no le gustaba nada el turf, pero igual lo tenían que soportar. Y esto era así porque la elite argentina era muy burrera. ¿Qué días tienen lugar los grandes premios? El domingo, el de misa, el día del Señor. Acordémonos de que la catedral de Mercedes la pagó Saturnino Unzué con los premios que ganó con sus caballos.
Varios de los fundadores del Jockey Club eran irlandeses, que eran muy católicos y muy amantes de los caballos. Es decir que la Iglesia tenía que elegir entre tolerar el turf o quedarse sin benefactores.
En estas circunstancias, su oposición no podía ser tan frontal. De hecho, los grandes enemigos del turf siempre se reclutaron entre las clases medias.
Tiempos modernos
-¿Qué pasó tras la caída del peronismo y cómo impactaron sobre el turf el creciente auge de otros deportes?
-El turf había tenido su pico de público en la década de 1950, con la bonanza peronista. Desde entonces el público comenzó a contraerse.
La década de 1960 fue muy buena para la Argentina, con salarios en alza, pero los hipódromos ya no se llenaban como en 1910, 1930 o 1950. ¿Por qué? Porque otros espectáculos atraían más, sobre todo a los jóvenes: el fútbol, el boxeo, el automovilismo.
Los caminos de la cultura juvenil y la de los mayores comenzaban a abrirse, y desde entonces lo siguen haciendo. Poco a poco, el hipódromo fue quedando como un reducto de las generaciones mayores, de una tribu cada vez más pequeña.
-La aparición masiva del automóvil seguramente tuvo mucho que ver…
-En el fondo, el problema es que la cultura del caballo, el trato cotidiano con el caballo, se estaba esfumando: en las década de 1900 o incluso 1920 todos los niños conocían a los caballos por experiencia directa. Los veían en la calle. Desde 1940 o 1950 lo que las nuevas generaciones veían al salir a la puerta de su casa eran vehículos a motor. Y por tanto sus héroes ya no podían ser Leguisamo o el Negro Acosta. Eran los Fangio o los Gálvez, y luego los Reutemann.
Sin amor por el caballo, sin gusto por el espectáculo hípico, el turf es sólo apuesta. Y la apuesta no necesita del turf.
-¿Cómo evolucionó aquél primer público en el que rápidamente se mezclaron las élites con las clases populares hacia la década de 1970?
-Tengo la impresión de que el público del turf no sólo se fue volviendo más entrado en edad sino que se fue haciendo más conservador en términos de costumbres, y quizás también de política. El gremialismo de turf es débil, y muy poco ideológico. Si uno pone las palabras “desaparecidos” y “rugby” en el buscador de Google hay bastante tela para cortar. En cambio si busca “desaparecidos + turf” no aparece nada. Esa intersección no tiene significación alguna.
Pronósticos
-Más allá de la pandemia, ¿creés que el turf es hoy sustentable?
-Me parece que el problema de fondo en las últimas décadas es la caída del interés popular en el hipódromo, mucho más profunda que en otros países de cultura hípica. En nuestro tiempo, la sustentabilidad del turf está en entredicho.
Esto se puso de relieve en la disputa por los subsidios al turf durante el gobierno de María Eugenia Vidal, en 2018. La debilidad estructural del turf llevó a varias idas y vueltas en la organización del espectáculo, y a la necesidad de sostenerlo y subsidiarlo con el producto de apuestas. Los slots de Palermo, por ejemplo, que hoy son una de las salas más grandes del mundo.
El turf tiene que reinventarse y, si quiere sobrevivir y prosperar, quizás la mejor opción que tiene es hacer un esfuerzo mayor para cautivar a los aficionados y apostadores de las grandes economías de Oriente.
-¿Por ejemplo?
-El turf tiene que convertirse definitivamente en un exportador de servicios (cosa que, además, sería buena para el país, dada su crónica escasez de dólares).
En este mundo globalizado, conectarse más estrechamente con el mercado mundial de apuestas y carreras puede ser el salvavidas que le permita no sólo mantenerse a flote sino también crecer y reverdecer viejas glorias.
Además de Historia del Turf Argentino (2014), Roy Hora es autor de Historia Económica Argentina (2010), Los Terratenientes de la Pampa (2002), Los Estancieros contra el Estado: la liga agraria y la formación del ruralismo argentino (2009), La Burguesía Terrateniente (2005), Pensar la Argentina (junto a Javier Trímboli, 1994) y Una Familia de la Elite Argentina: los Senillosa (junto a Leandro Losada, 2015). Y el más reciente, ¿Cómo pensaron el campo los argentinos? (2018)
Texto: Dardo Villafañe
Fotografías: Fabián Gredillas